Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Poemas de la última noche de la Tierra – Charles Bukowski

cuando era muy joven dividía una igual cantidad de tiempo entre los bares y las bibliotecas; cómo conseguía proveerme de mis otras necesidades ordinarias es un misterio; bueno, simplemente no me preocupaba demasiado de eso- si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado en otras cosas -los locos crean su propio paraíso.

Traducción: Ricardo R. Boceta

1

mis muñecas como ríos,
mis dedos como palabras.

jam

dos tipos duros

En L.A City College había dos tipos duros, yo y Jed
Anderson.
Anderson era uno de los mejores corredores en la
historia de la escuela, un fuera de serie
cada vez que jugaba al fútbol.
yo era bastante duro también pero veía los deportes
como un juego para blandos.
yo creía que era más interesante desafiar a aquellos
que intentaban enseñarnos
algo.  

igualmente, Jed y yo éramos las luces más brillantes en el
campus, él corría sus 60, 70 y 80 yardas
en los partidos de la tarde
y durante la mañana
encorvado en mi asiento
yo me inventaba lo que no sabía
y lo que sabía
era tan malo que
los profesores tenían que
bailarme el agua.

y un gran día
Jed y yo
nos encontramos.
fue en un pequeño bar con tocadiscos
al lado del campus y
él estaba sentado con sus
colegas
y yo estaba con
los míos.

“venga, venga, ve y dile algo”
mis amigos
decían.
yo dije, “que le jodan a ese marica
de gimnasio. Yo estoy con
Nietzsche, ¡que sea él el que venga
aquí!”

al final Jed se levantó a por un
paquete de tabaco de la
máquina y uno de mis
colegas dijo:
“¿es que tienes miedo de ese
tío?”

me levanté y fui detrás de
Jed mientras él se agachaba en la
máquina
a por su tabaco.

“hola, Jed,” dije
yo.

se giró: “hola,
Hank.”

entonces se llevó la mano al
bolsillo trasero,
sacó una pinta de
güisqui, la pasó hacia
mí.

le di un trago rápido,
y se la
devolví.

“Jed, dónde
vas a ir
después del
instituto”

“voy a jugar
para Notre Dame.”

entonces se volvió
a su mesa
y yo volví a
la mía.

“qué te ha dicho, qué te ha
dicho”

“no mucho”

al final, Jed nunca consiguió ir
a Notre Dame
y yo nunca conseguí ir a
ninguna parte
tampoco-
los años nos
barrieron
pero hubo otros tipos duros
que siguieron
llegando, incluido uno
que se convirtió en un famoso
columnista deportivo
y yo tuve que mirar su
foto
por décadas
en el periódico
mientras habitaba aquellas
habitaciones baratas
y aquellas cucarachas
y aquellas sofocantes
deprimentes
noches.

pero
todavía estaba orgulloso de ese momento
aquel día
cuando Jed me pasó
esa pinta
y
me bebí
un tercio de ella
con todos los compañeros
mirando.
joder, ninguno hubiera imaginado
tal como éramos
que nosotros dos pudiéramos
perder
pero perdimos.

Y me llevó
3 o 4 décadas
avanzar solo un
poco.
y Jed,
si estás todavía ahí
esta noche,
(olvidé decírtelo
entonces)
aquí va un gracias
por ese trago.

Mi colega alemán

esta noche
estoy bebiendo Singha
licor de malta de
Tailandia
y escuchando a
Wagner.

no puedo creer que
él no esté
en la otra
habitación
o al torcer la
esquina
o vivo en
alguna parte
esta noche.

y lo está
por supuesto
mientras me lleva
la música de
él.

y pequeños escalofríos
recorren
mis dos
brazos.

Luego la
calma

él está aquí

ahora.

Feliz cumpleaños

El teléfono

Te traerá gente
con su ring-ring,
gente que no sabe qué hacer con
su tiempo
y ellos se morirán de ganas de
infectarte con
lo suyo
desde la distancia
(aunque ellos preferirían
estar en la misma habitación
para proyectar mejor su nulidad sobre
ti).

El teléfono es para
emergencias solamente.

esa gente no son
emergencias, son
calamidades.

nunca me gustó el ring-ring del
teléfono.

“hola,” contestaré
en guardia.

“soy Dwight.”

ya puedes sentir su imbécil
deseo de invasión.
ellos son la gente-pulga que
salta sobre la
mente.

“sí, qué pasa”

“bueno, estoy en la ciudad esta noche y
he pensado…”

“escucha, Dwight, estoy liado, no
puedo…”

“bueno, quizás en otra
ocasión”

“quizá no…”

a cada uno le son dadas unas pocas
noches
y cada noche desperdiciada es
una violación asquerosa contra el
curso natural de
tu única
vida;
además, ellos te dejan un regusto
que a menudo dura dos o tres días
dependiendo del
visitante.

El teléfono es para
emergencias solamente.

He necesitado
décadas
pero al final he descubierto
cómo decir
“no.”

ahora
tú no te preocupes por ellos,
por favor:
simplemente marcarán otro
número.

podría ser
el tuyo.

“hola,” tú
dirás.

Y ellos dirán,
“soy Dwight.”

y entonces

serás
esa amable
y comprensiva
alma.  

suplicando

como muchos de vosotros, he tenido muchos trabajos donde
me sentido tan abatido como si mis tripas hubieran sido
tiradas por el suelo.
he conocido alguna buena gente a lo largo del
camino y también a la otra
clase de gente.
aunque cuando pienso en todos aquellos
con los que he trabajado-
incluso a pesar de las décadas que han pasado-
Karl
me viene a la cabeza el
primero.

me acuerdo bien de Karl: nuestro trabajo requería que
ambos lleváramos un delantal
atado por detrás y alrededor
del cuello con una guita.

yo era el subalterno de Karl.
“tenemos un buen curro,” él
me decía.

Cada día mientras uno a uno nuestros supervisores llegaban
Karl inclinaba levemente la cadera,
sonreía, y asintiendo
saludaba a cada uno: “buenos días doctor Stein,”
o, “buenos días, señor Day” o
señora Knight o si la chica era soltera
“buenos días, Lilly” o Betty o Fran.

yo nunca
hablaba.

Karl parecía molesto por eso y
un día me llevó a parte: “oye,
dónde cojones vas a encontrar
dos horas para almorzar como tenemos
nosotros”

“en ningún sitio, supongo…”

“bueno, okey, mira, para tipos como tú y yo,
esto es lo mejor que podemos tener, esto es todo
lo que hay.”

yo escuchaba.

“así que mira, es duro aguantarlos al principio, no
ha sido fácil para mí tampoco
pero después de un tiempo me di cuenta de que
no importaba.
simplemente hice un caparazón.
ahora tengo mi caparazón, lo
pillas.”

lo miré y era cierto que parecía como si tuviera
caparazón, había algo enmascarado en su
cara y sus ojos estaban vacíos, inexpresivos e
inalterados; era como una concha erosionada y
golpeada.

Algunas semanas pasaron.
nada había cambiado: Karl se inclinaba y se arrastraba y sonreía
impertérrito, perfectamente en su
papel.
que nosotros éramos prescindibles, quizás nunca se le
ocurrió
o
que dioses más grandes quizás nos estaban
mirando.

yo hacía mi
trabajo.

entonces, un día, Karl me llevó
a parte otra vez.

“escucha, el doctor Morely me habló
de ti.”

“ah, sí.”

“me preguntó qué es lo que te
pasa.”

“qué fue lo que le
dijiste”

“le dije que eres
joven.”

“gracias.”

después de recibir mi primer cheque, lo
dejé.

pero

todavía
tengo que,
de vez en cuando, conformarme con otro trabajo
similar
y
ver a los
nuevos Karl.
al final los perdoné a todos
pero no a mí mismo:

ser prescindible a veces hace a un
hombre
extraño
casi
incontratable
casi siempre
detestable-
inservible para la
libre
empresa.

el mejor actor de nuestros tiempos

se está poniendo más y más gordo,
casi calvo
tiene un mechón de pelo
por detrás
el cual tuerce
y recoge
con una goma elástica.

tiene una casa en las colinas
y tiene otra casa en las
islas
y unas pocas personas lo
visitan.
algunos lo consideran el mejor
actor de nuestros
tiempos.

tiene unos pocos amigos, muy
pocos.
con ellos, su pasatiempo
favorito es
comer.

en contadas ocasiones le contactan
por teléfono
normalmente
por una oferta para actuar
en una excepcional (le
dicen)
película de cine.

él contesta con una voz muy
suave:

“oh, no, yo no quiero
hacer más películas…”

“podemos mandarte el
guion”

“vale…”

entonces
no se sabe de él
de nuevo.

normalmente,
lo que él y sus pocos amigos
hacen
después de comer
(si la noche es fría)
es tomar unas copas
y ver los rollos de sus películas
arder
en la hoguera.

o
después de comer (en
las noches cálidas)
después de unas
copas
llevan
los rollos
fríos
fuera para
descongelarlos.
él reparte algunos
entre sus amigos
coge otros
entonces
juntos
desde la barandilla
los lanzan
como platillos volantes
lejos
en el espacioso
cañón
abajo.

después
todos ellos van
adentro
sabiendo
instintivamente
que esas películas
eran
malas. (al menos,
él lo siente y
ellos
lo
aceptan.)

hay un gran mundo
real
ahí fuera:
bien-tramado, auto-
suficiente
y
difícilmente
dependiente de las
variables.

se tiene
todo el tiempo para
comer
beber
y
esperar la muerte
como
cualquier
persona.  

días como cuchillas, noches rodeado ratas

cuando era muy joven dividía una igual cantidad de tiempo entre
los bares y las bibliotecas; cómo conseguía proveerme de
mis otras necesidades ordinarias es un misterio; bueno, simplemente no
me preocupaba demasiado de eso-
si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado en
otras cosas -los locos crean su propio
paraíso.

en los bares, me creía un tipo duro, rompía cosas, peleaba
con otros hombres, etc.

en las bibliotecas era otra cosa: era callado, iba
de una sala a la otra, no solía leer los libros enteros
sino partes de ellos: medicina, geología, matemáticas, historia, otras cosas me ponían
triste. con a la música yo estaba más interesado en las composiciones y en las
vidas de los compositores más que en aspectos técnicos…

no obstante, fue con los filósofos con quienes me sentí hermanado:
Schopenhauer y Nietzsche, incluso el viejo y duro de roer Kant;
me parecía que Santayana, quien era muy popular en aquel tiempo, era
blando y aburrido; con Hegel tenías que trabajar de verdad, especialmente
con resaca; hubo muchos otros que leí y a quienes he olvidado,
quizás mejor así, pero me acuerdo de un tipo que escribió un
libro entero en el que demostraba que la luna no estaba allí
y lo hacía tan bien que al final pensabas, este tipo está
absolutamente en lo cierto, la luna no está allí.  

cómo demonios iba un hombre joven a dignarse a trabajar en
una jornada de 8 horas cuando la luna ni siquiera estaba allí,
qué más
estaría faltando,

y
nunca me gustó la literatura tanto como los críticos
literarios; eran realmente unos capullos, aquellos tipos; usaban
un lenguaje refinado, bonito a su manera, para llamar a otros
críticos, otros escritores, escoria. me
levantaban el ánimo.

Pero fueron los filósofos los que satisficieron
esa necesidad
que acechaba en algún lugar de mi confusa calavera: yo vadeaba
sus excesos y su
congestionado vocabulario
ellos sin embargo a menudo
neblinosos
aparecían de la nada
con sus llameantes juegos de palabras que resultaban ser
absolutamente ciertos o condenadamente cercanos
a la verdad absoluta,
y esa certidumbre era lo que yo buscaba en mi vida
diaria, la cual se parecía más a una caja de
cartón.

qué buenos compañeros fueron aquellos perros viejos, con ellos atravesé
días como cuchillas y noches rodeado de ratas; y mujeres
de negocios como trabajadoras del infierno.

mis hermanos, los filósofos, me hablaban como no lo hacía
nadie en las calles o en ningún otro lugar; ellos
llenaban ese inmenso vacío.
qué buenos chicos, ah, qué buenos
chicos.

sí, las bibliotecas ayudaron; en mi otro templo, los
bares, era otra cosa, más simple, la
lengua y las formas eran
diferentes…

días en la biblioteca, noches en el bar.
las noches eran todas parecidas,
hay algún tipo sentado cerca, quizá no un
mal tío, pero para mí él no brilla de la forma adecuada,
hay una repugnante falta de vida en él -pienso en mi padre,
en los profesores, en las caras de las monedas o los billetes, en los sueños
con asesinos con los ojos en blanco; bueno,
de alguna forma ese tío y yo intercambiamos cruzamos miradas,
la furia empieza a crecer lentamente, fuego y agua; la tensión se construye,
un ladrillo sobre otro ladrillo, esperando el golpe; nuestras manos se
abren y se cierran, bebemos, ahora, finalmente con un
propósito:

su cara se gira hacia mí:
“hay algún problema, amigo”

“sí. tú.”

“habrá que hacer algo al respecto”

“ciertamente.”

acabamos nuestras copas, nos levantamos, vamos a la parte de atrás del
bar, fuera en el callejón; nos
miramos, cara a cara.

le digo, “no hay nada más que espacio entre nosotros dos. te
importaría cerrar ese
espacio.”

él corre hacia mí y de algún modo eso es una parte de la parte de la
parte.  

sé amable

siempre nos piden
que intentemos entender el punto de vista de
los demás
no importa cómo sea de
obsoleto
tonto u
odioso.

a uno le piden
observar
su error total
su malgastada vida
con
amabilidad,
especialmente si se es
mayor.

aunque la edad es el total de
nuestras acciones.
ellos han envejecido
mal
porque han
vivido
desenfocados,
han renunciado a
ver.

¿acaso no es su culpa?

¿de quién es la culpa?
¿mía?

me piden que les esconda
mi punto de
vista
por miedo a su
miedo.

envejecer no es un crimen.

la vergüenza es
haber malgastado la
vida
deliberadamente.

entre demasiadas
vidas
malgastadas
deliberadamente

estoy.

El hombre de los ojos bellos

Cuando éramos niños
había una casa extraña donde
todas las persianas estaban
siempre
subidas
y nunca habíamos oído voces
allí
y el jardín estaba lleno de
bambú
y nos gustaba jugar en el
bambú
fingiendo que éramos
Tarzán
(aunque no había ninguna
Jane).
y había un
estanque
uno grande
lleno de
las carpas más gordas
que hayas visto nunca
y estaban
domesticadas.
venían a la
superficie del agua
y comían trozos de
pan
de nuestras manos.

Nuestros padres nos
habían dicho:
“nunca os acerquéis a esa
casa.”
así que, por supuesto,
allí estábamos.

Nos preguntábamos si alguien
vivía allí.
las semanas pasaron y nunca
vimos a
nadie.

Pero un día
escuchamos
una voz
desde dentro
“TÚ MALDITA JODIDA
PUTA!”

Era la voz de un
hombre.

Luego la puerta
principal
de la casa se
abrió de golpe
y el hombre
salió
afuera.

Aguantaba un
vaso de güisqui
con la mano
derecha.
tendría unos
30.
tenía un puro
en su
boca,
necesitaba un
afeitado.
su pelo era
salvaje y sin
peinar
y estaba
desnudo
sin calzoncillos
ni pantalones.
pero sus ojos
eran
brillantes.
centelleaban
con un
resplandor
y él dijo:
“hey, pequeños
hombres,
estáis pasando un buen
rato,
espero.”

Nos fuimos,
volvimos hacia el
jardín de mis padres
y pensamos
sobre ello.

Nuestros padres,
decidimos,
querían que
nos mantuviéramos lejos
de allí
porque ellos
no querían que viésemos
un hombre
como
aquel,
un hombre fuerte y
natural
con los
ojos
bellos.

Nuestros padres
estaban avergonzados
de que ellos no
fueran
como ese
hombre,
por eso ellos
querían que nos
mantuviésemos
alejados.

Pero
nosotros volvimos
a esa casa
donde el bambú
y la carpa
domesticada.
volvimos
muchas veces
durante muchas
semanas
pero nunca más
vimos
u oímos
al hombre
otra vez.

Las persianas estaban
bajadas
como siempre
y había
silencio.

Entonces un día
mientras volvíamos de la
escuela
miramos hacia la
casa.

Había ardido
completamente,
no había quedado
nada,
sólo los ardientes
torcidos, negros
cimientos
y nos acercamos donde
el estanque
y no había
agua
dentro
y la gorda
carpa naranja
estaba muerta
allí,
secándose.

Volvimos al
jardín de mis padres
y hablamos sobre
ello
y decidimos que
nuestros padres habían
quemado la
casa del hombre,
los habían
matado
habían matado la
carpa
porque era
demasiado
bonita,
incluso el bosque
de bambú había
ardido.

Ellos estaban
asustados del
hombre con los
ojos
bellos.

Y
nos temíamos
entonces
que
durante toda nuestra vida
cosas como esa
iban a
pasar,
que nadie
quería que
alguien fuera
fuerte y
bello
como él,
que
los otros nunca lo
permitirían,
y que
mucha gente
tendría que
morir.

Subscribe
Notify of
guest

0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios

Entradas relacionadas

Etiquetas

Sobre mí

Picture of Ricardo Rodríguez

Ricardo Rodríguez

Soy Ricardo, licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, apasionado por la búsqueda de grandes historias en prosa, jugándome el tiempo y la vida en cada línea escrita.