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¡Menos mal que hemos sido valientes!

A raíz de la lectura de Guerra y paz de Leo Tolstói, la cual me llevó la mitad del verano, me ha venido a la mente este pensamiento que se esfuerza por salir adelante: las preocupaciones, como los remordimientos, no sirven para nada. Un caso práctico:

A raíz de la lectura de Guerra y paz de Leo Tolstói, la cual me llevó la mitad del verano, me ha venido a la mente este pensamiento que se esfuerza por salir adelante: las preocupaciones, como los remordimientos, no sirven para nada. Un caso práctico:

Tenemos a un tipo preocupado por cómo van a salir sus asuntos a nivel laboral, amoroso, familiar. Las cavilaciones pueden ser de diversa índole: ¿tendré un buen día en el trabajo? ¿me querrá aquella persona mañana? ¿estarán los míos bien en tal o cual circunstancia futura? A pesar de que estos pensamientos parecen ineludibles, es decir, se esfuerzan por parecer importantes y nos asaltan al doblar cualquier esquina, cabe preguntarse, a la luz de la razón, ¿qué ganamos con tales preocupaciones?

Photo by MART PRODUCTION on Pexels.com

Si bien es cierto que el futuro es incierto y que las cosas malas son inevitables, el hecho de intentar preverlas no nos libra de su padecimiento. Por mucho que podamos pronosticar una situación aciaga, en muy pocos casos nos vamos a librar de vivirla. Por lo tanto, lo único que ganamos mientras esperamos la fatalidad es sufrimiento en el presente. Además, este estrés constante por lo incierto nos hace vivir incómodos y, huyendo de la tragedia, nos damos de bruces con ella. Eso nos enseñó el teatro griego.  

No estoy hablando de vivir como si nada importara. No es sensato caminar por el filo de la navaja y esperar no cortarse nunca: tarde o temprano uno se cae. Podemos esquivar algunas circunstancias y pensar que nadie se ha dado cuenta, pero no es cierto: te has dado cuenta tú mismo. Poco a poco vamos construyendo nuestro presente y dependerá de cuánto hayamos intervenido en el curso de la vida para llegar a gozar de la realidad. Por tanto, no estoy afirmando que exista un destino inamovible y que nada dependa de nosotros: todo depende de nuestra acción directa, pero debe ser calmada, desterrando el nerviosismo, la impaciencia y la intranquilidad, alejando la ansiedad y, por lo tanto, sin tener miedo.

El miedo nos paraliza y no nos protege de nada. Es irracional sentir miedo ante una situación porque no sabemos cómo va a resultar. De hecho, a pesar de saber de antemano que un proyecto que vamos a emprender no saldrá bien, lo haremos igualmente. Entonces, no vale la pena tomar decisiones donde sea el temor el principal consejero; ante la disputa, debe ganar la valentía; ante la duda, debemos arriesgar.

Al leer sobre la vida de tantos personajes, uno piensa en las aventuras de la vida propia. De todas las acciones que hemos vivido, no queda el miedo que sentimos, pero sí su resultado. Si recordamos los miedos antiguos, a la luz del presente, nos parecerán ridículos, inútiles, no evitaron nuestra desgracia. Todo lo contrario nos ocurre con el arrojo: cuando besaste a aquella persona, cuando diste ese paso al frente, cuando improvisaste en aquella situación inesperada… ¡Menos mal que hemos sido valientes!

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Ricardo Rodríguez

Soy Ricardo, licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, apasionado por la búsqueda de grandes historias en prosa, jugándome el tiempo y la vida en cada línea escrita.