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Un corazón donde vivir

Un corazón donde vivir (Parte 1)

Su corazón palpitaba en la garganta mientras en el teléfono sonaba el primer timbrazo. Piíp… piíp… piíp. A punto de colgar y dejarlo estar, aquella voz conocida respondió.

-¿Hola?

Por un momento no supo qué decir. Estaba absolutamente en blanco mientras el corazón golpeaba con los puños las paredes de su pecho. Manos invisibles atenazaban su voz.

-Gerard, ¿estás ahí?

-Hola, Caye… Sí, estoy aquí.

-¿Cómo estás? ¿Estás bien?

-Sí… Eso creo… ¿Y tú?

-Yo estoy intrigada… Pero me alegro de saber de ti.

Un corazón donde vivir (Parte 2)

-¿Qué se te ha perdido en Londres?

A lo largo de aquella semana le habían hecho esa misma pregunta varias veces: sus padres, algún familiar, algún conocido. Ahora era su amigo Martí quien le inquiría divertido mientras daba una larga calada a su vaporizador.

-La vida… -dijo a modo de respuesta o muletilla. Sin saber muy bien como continuar. -No he podido olvidarla a pesar de todo este tiempo.

-Pero no sabes nada de ella. Quizá esté con alguien… -Dejó soltar una bocanada espesa, interminable, de vapor blanco por la nariz. -¿Qué pasará si te presentas allí y resulta que tiene novio?

Un corazón donde vivir (Parte 3)

Pero la perdió. Es difícil manejarse en la adversidad, pero es mucho más fácil que administrar el éxito. Del fracaso solo se puede salir y uno no teme a nada, del éxito sólo se puede salir y uno lo teme todo, comete errores o se deja llevar por las mieles de un momento pasajero, sin pesar en lo que vendrá a continuación ni estar preparado para ello.

Un corazón donde vivir (Parte 4)

Tenía ganas de llegar a casa, de dormir en su cama, de hacer de vientre en su váter. Luego pensó en que aún estaba lejos de todo y de todos. Cayetana era la única luz que imaginaba al frente, como el marino que busca la luz intermitente del faro en mitad del mar y de la noche, con el corazón encogido y la esperanza iluminando sus ojos rojos. Si Dios quería, tendría suerte y podría llevar por fin una vida con algún sentido, tendría algo por lo que luchar, alguien a quien amar, a quien cuidar, con quien hablar y yacer.

-Creo en Dios pero no lo entiendo. -Dijo para sus adentros en voz alta

Un corazón donde vivir (Parte 5)

Las casas eran bajas, la calle ancha a pesar de ser antigua y no había bloques de pisos a la vista. Los negocios eran pequeños, incrustados en la fachada de los pequeños edificios con rótulos de colores fríos: azul, verde, morado. Auténtica pizzería italiana que no desprendía un olor apetecible, banco irlandés de nombre impronunciable, restaurantes donde no sabía si se podía comer o se dedicaban sólo a servir copas como el Fitzgerald’s Roost o el Brady’s. Al fondo se distinguían unas torres de piedra, el Maynooth Castle, como sabría más adelante. Estaba acostumbrado al paisaje europeo por otros viajes que había realizado en esos últimos tres años, pero en aquel rincón veía algo que lo sorprendía y lo asustaba a un mismo tiempo: estaba lleno de cuervos.

Un corazón donde vivir (Parte 6)

Se miraron a los ojos después de mucho tiempo, de tanto tiempo. Su expresión se iluminó por un instante como la llama de una cerilla, con el fuego que había ardido antaño, que los había envuelto en tantas noches bajo las estrellas y en cualquier banco del parque, un fuego que pronto se apagó.

-¡Gerard…! ¡Qué haces aquí! -dijo con la boca abierta

Un corazón donde vivir (Parte 7)

Después de un largo tiempo, se acercaron lentamente, volviéndose cíclopes, y se besaron. Lo primero que sintieron fueron los labios cayendo sobre un terreno suave y tierno, como un lugar seguro, como una flor en el desierto. Luego sus lenguas se abrazaron y caracolearon dulcemente mientras las manos sostenían la espalda y el alma del otro. Ninguno respiraba por ese instante, como dentro del agua, como fuera del mundo. Un ordinario, milagroso, único, acostumbrado, inolvidable, beso de amor.

-¿Adónde vamos? -Dijo ella.

-Adonde tú quieras.

Un corazón donde vivir (Parte 8)

Sentía que las piernas le cimbreaban levemente y tenía que hacer leves esfuerzos para no perder el equilibrio. También sentía una rigidez en el estómago como si lo cubriera una capa de hielo. Su corazón pesaba como una piedra dura, pero seguía latiendo.

Un corazón donde vivir (Parte 9)

Cuando le escribió esos versos, en aquella conversación inalámbrica, en respuesta a su fotografía, ella no dijo nada. Seguramente no entendió lo que él quiso decirle o, si lo hizo, lo dejó en visto, sin más, y siguió preocupada por vivir. Gerardo llevaba muchas millas recorridas envuelto en su propia mortaja. Quiso explicarle el sentido de aquellos versos de Whitman que tanto le recordaban a ella pero parecía no encontrar el momento. Se los había repetido mientras recorrían el camino verde, pero ella estaba hablando del tal Callaghan y no se había dado cuenta de lo que había dicho. ¿Qué decías? Y sonreía.

Un corazón donde vivir (Parte 10)

¡Especial Halloween! (leer en mitad de la noche)

Tenía miedo. No podía moverse. El terror atenazaba cada uno de los músculos y su piel, a calambrazos, se ponía de gallina. Lo inexplicable, lo irracional de la situación, era lo que más lo atemorizaba. No sabía por qué sentía ese pavor repentino, y eso era lo peor.

Un corazón donde vivir (Parte 11)

Durante toda esta historia, se había sentido como el que sube por una escalera de mano, sin mirar al suelo, pensando en que arriba del todo estaría Caye esperándolo para vivir una vida mejor, para darle una nueva oportunidad. Había oído su voz, había seguido sus pasos, se había arrastrado por todas partes y había invertido todo su dinero, y todo su amor. Gerardo por fin había llegado a la cima de su agotadora travesía cuesta arriba…

Un corazón donde vivir (Parte 12)

Los finales, en la vida, no parecen tales. Nuestra relación con las personas que más quisimos, o que simplemente conocemos, se va apagando poco a poco y un día, no nos damos cuenta, y han pasado cinco años sin ver a ese alguien tan fundamental en una parte de nuestra vida. No se produjo una despedida definitiva, no hubo lágrimas junto a la estación, simplemente una última conversación incómoda o insustancial, y luego las ocupaciones diarias hicieron el resto, solapando el tiempo que antes dedicábamos a esa persona. Gerardo iba pensando en cosas similares mientras vagabundeaba en Maynooth.

Un corazón donde vivir (Parte 13)

Estaba allí para vivir el presente, para ser su amigo, su mejor amigo, sin más pretensión que esa. Podría contar con él siempre que quisiera, fuera cuales fueran las circunstancias o la hora del día. Podía llamarlo cuando quisiera, él siempre estaría allí para ella, para lo que pudiera necesitar, y las futuras relaciones que él pudiera tener deberían entender que ellos dos eran mucho más que expareja, eran mejores amigos y lo serían toda la vida, aunque vivieran vidas distintas. Estaba decidido.

Un corazón donde vivir (Parte 14)

Adiós para siempre, la fuente sonora. Del parque dormido, eterna cantora. Adiós para siempre, la fuente sombría. Tu canto es más triste que la tristeza mía.

Un corazón donde vivir (FINAL)

Se miraron a los ojos. Ambos sonrieron. Se dieron un beso sin darse ninguno cuenta, movidos por esa extraña energía que mueve todas las cosas de este mundo, como una brisa de viento que levanta sin esfuerzo hojas secas y semillas que habrán de germinar. Al juntar los labios, un mundo diferente nació de ese instante tan bello que se detuvo. La realidad circundante pasó a un segundo plano, donde nada tenía real importancia.