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El misterio de la escritura. Homenaje al escritor Marcelo Cohen

Querido Marcelo: Voy a hablarte como si estuvieras vivo. Hacía mucho que no hablábamos. Lo último que nos dijimos fueron buenas palabras para proyectos futuros: yo había aprobado las oposiciones y a ti te habían puesto cadera nueva. Un horizonte se abría para nosotros. Quedamos en que hablaríamos para próximas reseñas literarias. Eso fue a finales de 2021 y a finales de 2022 me enteré, por un amigo, de tu muerte repentina. Noticia que me atravesó el corazón en dos partes y me dejó clavado en el suelo como el rayo.

Querido Marcelo:

Voy a hablarte como si estuvieras vivo. Hacía mucho que no hablábamos. Lo último que nos dijimos fueron buenas palabras para proyectos futuros: yo había aprobado las oposiciones y a ti te habían puesto cadera nueva. Un horizonte se abría para nosotros. Quedamos en que hablaríamos para próximas reseñas literarias. Eso fue a finales de 2021 y a finales de 2022 me enteré, por un amigo, de tu muerte repentina. Noticia que me atravesó el corazón en dos partes y me dejó clavado en el suelo como el rayo.

Es tanto lo que tengo que agradecerte. Has sido el único escritor, editor, traductor, literato, que me hizo caso de veras. Tus correos fueron para mí claves técnicas. Nunca me hiciste perder la ilusión y no dejaste de creer en lo que escribía. Seguramente por bondad cristiana o judaica, aplaudías mi natural entusiasmo y mis ganas de mejorar. Fuiste amable y bueno conmigo, en un mundo donde la crueldad es norma porque los escritores pasan hambre de éxito y de aprecio, y tratan a los demás como a sí mismos. Tú me enseñaste el oficio, a ver las palabras como arcilla y los textos como objetos hijos de un trabajo constante y humilde, a veces artístico e imperecedero. Por tu amistad conseguí publicar tres párrafos en OP, luego me defenestró Jota Ce y, al cabo del tiempo, no sé quién quedará, supongo que nadie. Hace poco vi que Jota Ce movía uno de sus libros, ciegamente visionarios, en el club de lectura de la biblioteca de mi ciudad. No será para él la gloria que tanto ansía, me atrevo a visionar cruelmente yo. Tú siempre fuiste amable conmigo. No sé qué me viste, supongo que amor por la literatura. Gracias.

Quería contarte una casualidad, que quizá no sea tal sino el argumento lógico de una historia que los vivos sólo intuimos y cuyo misterio tú ya debes conocer. Después de las oposiciones, he seguido trabajando en mis escritos. De hecho, he creado una página donde cuelgo mis historias todos los domingos, como esta que te escribo ahora. Quería enseñarte mis textos de ahora y retomar el contacto, pero nunca encontraba el momento. Seguramente estabas ocupado con traducciones, revisiones y ficciones, no quise molestar. Vi que publicaste un libro y a punto estuve de leerlo y reseñarlo, como hice con el anterior de buena gana y sin esperar contrapartidas, pero yo también andaba ocupado siendo padre, marido, profesor y escribidor. Postergué demasiado este correo.

Pero una serie de circunstancias concurrieron juntas. Resulta que adquirí el libro The Last Night of the Earth Poems de Charles Bukowski, con quien comparto el ninguneo por parte de los literatos anodinos como Jota Ce. Había leído algunas traducciones de su poesía, pero me parecieron insuficientes y, movido por un resorte vital, me dediqué a traducir algunos de los poemas presentes en ese volumen. Muchas fueron las dudas que me asaltaban a la hora de hacer ese ejercicio: hasta qué punto respetar los deliberados errores en el uso de las comas; si debía prevalecer el juego fónico del sonido de las palabras o su significado; cuando hay dos palabras diferentes que en español se escriben con la misma, cómo hay que proceder; estas y otras cuestiones me hacían pensar en ti.

Sin embargo, continué con bastante buena fortuna mis traducciones adánicas, que encontraron muy buena acogida entre mis lectores de Facebook. Es curioso que cuando uno empieza la publicación diciendo: Últimos poemas de Bukowski, se genera una oleada de reacciones que no ocurre si pongo las mismas palabras al final del texto. Los caminos de la literatura son inescrutables e irónicamente divertidos. El caso es que no iba a escribirte aún, en parte temiendo la puerta cerrada de un silencio definitivo.

Por otra parte, permíteme el juego, el pasado otoño me embarqué en el proyecto de hacer una tesis doctoral sobre la enseñanza de literatura en secundaria. Se trata de un intento sisifítico por acercar los clásicos al futuro: a los adolescentes. Muchos de mis colegas han tirado la toalla, pero tú sabes que mi entusiasmo no conoce límites. El caso es que he ido rastreando obras que reflexionen sobre la importancia de leer, los beneficios de la lectura, qué nos aporta este ejercicio difícil pero imprescindible, etc. Cuál es mi sorpresa cuando, pido unos libros en la biblioteca de mi ciudad y, cuando me llegaron al cabo de dos semanas viajando por correos, leo Cómo leer y por qué de Harold Bloom, editado por Anagrama, TRADUCCIÓN DE MARCELO COHEN. En ese momento casi tuve una epifanía: no debía tardar mucho en escribirte y contarte lo que me había pasado. Qué ibas a decir, te lo puedes creer, eran mis alegres preguntas.

Paseando con dos amigos, uno de los cuales ha publicado en OP con más suerte que yo aunque fuimos arrojados ambos por la misma ventana, comencé hablando de ti, dispuesto a contarles la anécdota que acabo de referir. No me dio tiempo a decir tu nombre cuando mi colega dijo: Ha muerto, tío. No di crédito hasta que me mostró el mensaje en la cuenta de Twitter de la revista, no por desconfiado, sino porque parecía un giro de guion imposible, ilógico, que si estuviera en una novela resultaría irreal y forzado, pero era la vida, y la muerte, la tuya y la mía, de nuestra amistad sincera.

Durante un tiempo no supe qué hacer con esta carta sin escribir, ya no tenía sentido escribirte si no podías leerme en este mundo. Me dejé llevar por los muchos quehaceres de la rutina. Pero hace poco recibí un correo que me hizo sonreír de nuevo. Un tal Ayesha (Álex) nos invitaba a hacerle un homenaje a Marcelo Cohen, reuniendo toda la correspondencia que tuviéramos de él o refiriendo anécdotas y recuerdos que tuviéramos por su amistad. Me pareció una iniciativa preciosa y me dispuse a encontrar un momento para navegar en la bandeja de entrada y salida, para escuchar de nuevo la voz nunca oída de Marcelo leyendo sus párrafos infinitos. Resultaba que el gran Marcelo Cohen no solo había sido generoso conmigo, sino con un grupo nutrido de escribidores como yo, consciente como era de que tanto los troncos grandes como las ramas finas mantienen encendido el fuego inextinguible de la literatura iberoamericana.

Antes que yo, contestó alguien de la revista OP, de la cual Marcelo era director junto con su mujer. Resulta que rechazaban de plano la idea de publicar su correspondencia, ninguneaban al que había tenido la idea y, en fin, protegían la memoria del gran hombre enterrándola tras sus pequeñas miserias. Supongo que esa clase de gente rodeaba a Marcelo Cohen, quizá por eso gustaba de cartearse con quienes no ganaban nada con su amistad, con quienes soñaban con escribir la gran obra, sencillo como todos los genios.

Hasta siempre, Marcelo, amigo. Aquí quedaremos los escribidores recordándote y recomendando tus novelas, traducciones, artículos y epístolas. Fuimos privilegiados por haberte leído y seguiremos siéndolo en el futuro, porque te seguiremos leyendo. Quizá un día nos encontremos frente a frente y nos cuentes cuál era el misterio de la escritura.

Un abrazo,

Ricardo

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Ricardo Rodríguez

Soy Ricardo, licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, apasionado por la búsqueda de grandes historias en prosa, jugándome el tiempo y la vida en cada línea escrita.